lunes, 11 de mayo de 2009

María José Romero y su almácigo de animales de fábula

Benjamín Lira

María José Romero Aldunate se sienta frente a un mesón a modelar con greda animales imaginarios en el taller de cerámica Huara Huara. Engendros de razas extravagantes que nacen  con una impronta y una personalidad, marcada por la memoria que le gatilla su lúdica pintura. Como una taxidermista visionaria, junto a sus herramientas y su gran sentido del humor, cultiva y reordena el catálogo del reino animal incluyendo al género humano, transformándolo en una exótica y apasionante expedición visual.

Desde sus  manos que moldean el barro, casi autónomas, empiezan a desplegarse desde sus dedos como origamis,  un insólito bestiario. Realiza piruetas sacando desde el fondo de un sombrero de copas, un circo de zoología fantástica. Cada creación mamífera es una aventura obsesiva que desafía las leyes de la geometría, de la gravedad y del inconsciente.

 María José nació con la estrella del arte, que muy precozmente la cautivó. El taller de su madre, la artista Carmen Aldunate, y su abuela materna que hacia cerámica, fueron sus   referentes de vida y de juegos. Su camino artístico maduró entre las cuatro paredes de su biografía, donde desembarcaron sus alucinantes imágenes, compañeras de sueños y sombras. El arte ha sido su cable a tierra, donde cataloga y ordena su particular cosmos, repleto de retratos de invención.

Tuve la suerte de tener una impactante impresión a mediado de los 70  al ver una obra bidimensional muy temprana de María José, que ya demostraba su prematuro talento. Eran dos muñecos hechos en género, rellenos de algodón, bordados y cocidos con algunos toques de hilvanados de color puestos con mucha destreza.  Una figura femenina en tela blanca y otra masculina en negra. Eran los retratos de sus padres desnudos; con detalles elaborados con mucho humor.

Artista autodidacta,  su arte esta directamente conectado con la fuerza de sus narraciones internas. Registra su proceso de travesía  y relata los complejos  argumentos que  la invaden.  Esas sensibles imágenes le afloran desde su mapa biográfico. Trabaja intensamente impulsada e iluminada, siguiendo el hilo de lo que su intuición y su sensibilidad le dictan; sin preguntarse por estilos ni modas. Sólo persigue su visión, que la descarga en los diversos materiales escogidos para crear sus  obras.

Hermana gemela de los artistas no académicos llamados primitivos: viscerales, psicóticos o intuitivos que hacen arte näif,  como lo designó Jean Dubuffet en los 50, art brut o arte crudo;  hoy outsider art. (El arte marginal, al igual que el arte de las vanguardias, representa su propio tiempo).

María José hace cinco años que está ligada al quehacer de la escultura en cerámica. Cuando este inventario de animales míticos salen del horno de biscocho, desnudos de color, ella produce el milagro de juntarles el alma con el cuerpo; les aplica la piel a estas bestias, a veces con lujuriosos y espesos esmaltes, otras con austeros y táctiles engobes, que los aplica según la raza y el género de la criatura. Una vez que salen del horno por segunda vez, envejecidos ya por la quema reductora de gas, se observan las ricas texturas y  cicatrices de los  diferentes matices del color que el fuego ha emulsionado. Y, al igual que en sus pinturas, necesita de la obsesiva decoración. Entonces, sin ningún prejuicio, enchula y ornamenta con cuidado a esta colonia de animales, engastándoles objetos encontrados, alambres o elementos  de bisutería para que, engalanados a veces dignamente y otras no tanto, con estos talismanes se defiendan de la nueva vida que les depara.

Estos animales de tamaño íntimo, pero de dimensiones místicas y ancestrales, me producen desconcierto y asombro. Tengo entre mis libros, uno de estos animales. Es un ser mixto: anfibio y plumífero. Siempre que lo miro me surgen las mismas  preguntas ¿Dónde habitan estos animales de María José?¿En el subsuelo o en las galaxias? ¿Son carnívoros y comen  hombres y beben sangre, o tragan aerolitos y agua bendita? ¿En su interior, aun guardan el abrasante  fuego con que fueron cristalizados, al  igual que  el dragón de San Jorge? ¿En qué frecuencia se oyen los murmullos que emiten cuando quieren comunicarse? ¿Serán parecidos a los susurros que emitían las sirenas que oyó Simbad el marino o a los rugidos de un chupacabras en acción? De lo único que estoy seguro es que, desde esos ojos en miniatura de casi todos  los animales que ella alumbra,  heredan una potente e infinita mirada ciega, que me transmiten como ventrílocuos,  fábulas que siempre se refieren a cómo estas bestias son fieles guardianes de su creadora.

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